p.d.

Los más molinarianos (cf. posts anteriores) de entre nosotros (a saber, los abogados y los fiscales) abandonaron tempranamente todo esfuerzo hacia la alcolemia (curioso cómo uno pierde a la gente).

Los otros, los menos, proseguimos los festejos consuetudinarios en la gasolinera. El salario -término curioso que proviene de la provisión de sal que los romanos daban a sus soldados- es terriblemente escaso: no dura más que cuatro smirnoffs y una pequeña dosis de nicotina y pupusas (¿y la sal?). Los adolescentes de la Cucuymacayán, jóvenes imberbes de las colonias menos vistosas de San Salvador, se nos unieron. Ganja, reggae, ska-p... Pretensiones de pequeñas rebeliones. Fornicación en los lavabos de la estación de servicio. Psicotrópicos.

Y no puedo evitarlo. Juro que no lo puedo evitar. Antes repetía una frase menos estridente, más nihilista, reconfortante en su seguridad de que todo será arrasado por el tiempo, repetía la historia de los hombres, como quien dice no hagas caso, Lucas, o es poca cosa, o ya pasará. Esa noche me dominó una pregunta, tanto más macabra cuanto más insegura es su respuesta: ¿cuándo arrancará de nuevo la historia?

Yo, igual, amanecí bailando.

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