Molinari [última entrega]

Molinari levantó la mano derecha, como si no fueran necesarios más detalles. Al cabo de un momento, observándolo con cuidado, agregó:
-Ustedes, los jóvenes de hoy, nos creen unos reaccionarios. Sin embargo, y usted seguramente se asombrará, he sido socialista en mis buenos tiempos.
En ese momento, por la puerta lateral, se asomó un Hombre Importante.
Molinari le dijo:
-Pasa, pasa.
[...]
-Le estaba diciendo que siempre los jóvenes piensan que la generación anterior no vale nada, que está equivocada, que son un conjunto de reaccionarios, etc., etc.
El señor desconocido sonrió con benevolencia, mirándolo como representante de la Nueva Generación (pensó Martín). Y pensó también que la Lucha de Generaciones era tan desproporcionada que aumentó un poco más, cuando parecía ya imposible, su sensación de ridículo: ellos, detrás del imponente escritorio, respaldados por la Sociedad Anónima IMPRA, el retrato de Perón autografiado, el Mástil con la Bandera, el Rotary Club International y el edificio de doce pisos; y él con el traje rotoso y con un hambre de dos días. Más o menos como los zulúes defendiéndose del ejército imperial inglés con flechas y escudos de cuero pintarrajeado, pensó.
-Como le estaba diciendo, ya también en mis tiempos fui socialista y hasta anarquista - tanto él como el recién llegado sonrieron ampliamente, como si estuvieran recordando algo chistoso- y aquí el amigo Pérez Moretti no me dejará mentir, porque juntos hemos pasado muchas cosas. Por otra parte, tampoco vaya a creer que nos avergonzamos. Soy de los que piensan que no es mala que la juventud tenga en su moemnto ideales tan puros. Ya hay tiempo de perder luego esas ilusiones. Luego la vida le muestra a uno que el hombre no está hecho para esas sociedad utópicas. No hay ni siquiera dos hombre iguales en el mundo: uno es ambicioso, el otro es dejado; uno es activo, el otro es haragán; uno quiere progresar, como el amigo Pérez Moretti o yo, al otro le importa un comino seguir toda su vida como pobre tinterillo. En fin, para qué seguir; el hombre es por naturaleza desigual, y es inútil pretender fundad sociedades donde los hombres sean igueales. Además, observe que sería una gran injusticia: ¿por qué un hombre trabajador ha de recibir lo mismo que un haragán? ¿Y por qué un genio, un Edison, un Henry Ford deb ser tratado lo mismo que un infeliz que ha nacido par alimpiar el piso de esta sala? ¿No le parece que sería una enorme injusticia? ¿Y cómo en nombre de la justicia, precisamente en nombre de la justicia, se ha de instaurar un régimen de injusticias? Esa es una de las tantas paradojas, y siempre he creído que debería escribirse largo y tendido sobre el particular. Yo mismo, le diré, muchas veces he estado con la tentación de escribir alguna cosa en este orden de ideas -dijo mirando a Pérez Moretti, como poniéndolo de testigo
[...]
-Los años, la vida que es dura y despiadada, a uno lo van convenciendo de que esos ideales, por nbobles que sean, porque sin duda que son nobilísimos ideales, no están hechos para los hombres tal como son. Son ideales imaginados por soñadores, por poetas casi diría yo. Muy lindos, muy apropiados para escribir libros, para pronunciar discursos de barricadas, pero totalmente imposibles de llevar a la práctica. Quisiera yo verlo a un Kropotkin o a un Malatesta dirigiendo una empresa como esta y luchando día a día con las normas del Banco Central (aquí se rió, siendo acompñado de buena gana por el señor Pérez Moretti) y teniendo que hacer mil y una maniobras para evitar que el sindacato o Perón, o los dos juntos, le hagan a uno una zancadilla. Y en otro orden de cosas, está muy bien que un muchacho o una chica tengan esos ideales de desprendimiento, de justicia social y de sociedades teóricas. Pero luego usted se casa, quiere regularizar su situación ante la sociedad, debe sontituir su hogar, aspiración natural de todo hombre bien nacido, y eso trae el abandono paulatino de esas quimeras, no sé si me entiende lo que quiero decir. Muy fácil es sostener la doctrina anarquista cuando se es muchacho y se es mantenido por los padres. Otra cosa, muy distinta, es tener que enfrentarse a la vida, verse obligado a mantener el hogar que se ha constituido, sobre todo cuando vienen los hijos y las otras obligaciones inherentes a la familia: que la ropa, que la escuela, que los textos, que las enfermedades. Son muy lindas las teorías sociales, pero cuando hay que parar la olla, como vulgarmente se dice, entonces, amiguito, hay que agachar el lomo y hay que comprender que el mundo no está hecho para esos soñadores, para esos Malatestas o Kropotkines. Y fíjese bien que le estoy hablando de esos teóricos anarquistas, porque al menos esos no predican la dictadura del proletariado, como los comunistas. ¿Puede usted imaginarse un horror como el de un gobierno dictatorial? Ahí tiene el ejemplo de Rusia. Millones de esclavos que trabajan bajo el látigo. La libertad, amigo, es sagrada, es uno de los grandes valores que debemos salvar, cueste lo que cueste. Libertad para todos: libertad para el obrero, que puede buscar trabajo donde más le convenga, y libertad para el patrono, que pueda dar trabajo a quien le parezca mejor. la ley de la oferta y la demanda y el juego libre de la sociedad. Vea el caso suyo: usted viene acá, libremente, y me ofrece su fuerza de trabajo; a mí, por razones equis, no me conviene y no lo tomo. Pero usted es un hombre libre y puede salir de aquí y ofrecer sus servicios en la empresa de enfrente. Fíjese que cosa invaluable es todo esto: usted, un muchacho humilde, y yo, presidente de una gran empresa, sin embargo actuamos en igualdad de condiciones en esa ley de la oferta y la demanda. [...] No le digo nada de los otros problemas, los que podríamos llamar de índole moral, ya que no sólo de pan vive el hombre. Me refiero a la necesidad que tiene la sociedad en que vivimos de un orden, de una jerarquía moral, sin la cual, creáme, todo se viene a abajo. ¿Le geustaría a usted, por ejemplo, que alguien pusiese en duda la honestidad de su madre? Por favor, es un caso hipotético que me permito poner a título de ejemplo. Usted mismo acabo de fruncir el ceño, y ese mismo gesto, que lo honra, ya está revelando todo lo que de sagrado tiene para usted, como par amí, el concepto de madre. Y bien, ¿cómo compaginar ese concepto con una sociedad en que exista el amor libre, en que nadie es responsable de los hijos que se tienen por ahí, en que el matrimonio haya sido echado por la borda como una simple institución burguesa? No sé si me entiende lo que quiero decir. Si se minan las bases del hogar, que son el fundamento de la sociedad en que vivimos, si usted destruye el concepto sacrosanto del matrimonio, ¿qué queda?, pregunto yo. El caos. No se puede jugar con todo eso, joven. Le voy a decir más, le voy a decir algo que raramente le digo a nadie pero que me siento en el deber de decírselo a usted. Me refiero al problema de la prostitución.
Eso es, la prostitución. Vea usted qué paradoja. Si yo le digo que la prostitución es neceseria, sé perfectamente que usted, en este momento, va a experimentar un rechazo, ¿no es así? Aunque tengo la convicción de que una vez que haya analizado a fondo el problema tendrá que concordar conmigo. Imagínese, en efecto, lo que sería el mundo sin esa válvula de escape. [...] Es como una caldera en que se está levantando la presión con las válvulas cerradas. Que eso es la prostitución organizada y legal: una válvula de escpae. O hay mujeres de mala vida controladas por el Estado, o llegamos a esto. O se tiene una buena prostitución controlada o la sociedad se enfrenta, tarde o temprano, con el gravísimo peligro de que sus instituciones básicas se puedan venir abajo.
[...]

Ernesto Sábado, Sobre héroes y tumbas



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