Tapón en el lavabo (Título alterno: el principio de externalidad de Pigou aplicado a los lavabos)

*fábula

En el uso del dentífrico, una vez superado el período de acomodación inicial (proceso gradual y tortuoso, como las transiciones calzoncillo-boxer, aprendido a fuerza de gritos materno-matutinos, a la usanza de ¿cuántas veces te he dicho que la pasta se exprime desde abajo?), sobreviene el hecho frecuente del tapón del dentífrico por el tragante.

El suceso es comúnmente intrascendente: el tapón huye por el torrente de aguas negras y termina en la garganta de algún mamífero marino sin que ello afecte en mayor medida la blancura de nuestra colgatosa dentadura. Así, en micro-dosis de sujetos racionales, uno va externalizando costos: el brillo dental hollywoodense lo paga el prescindible cachorro de marsopa, el cabello impecable, subvencionado por quelonios de carey, y etc. Y todos los indicadores estéticos marchan bien, hasta que... No caben más tapones en el desagüe.

Tarde o temprano todos los tapones han colmado todos los lavabos de todas las casas. Crisis. Caos. Anomia. No más dentaduras blanca. Los grifos se tornan amenaza de inundación casera, y la única posibilidad factible, si no se quiere que el hogar simule un Titanic, será lavarse los dientes en el inmenso cementerio de cetáceos/playa.

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